Albert Nolan, Jesús hoy. Una espiritualidad de libertad radical

 

Al ver los signos juntos y como un todo, recuerdo la famosa cita de la Historia de dos ciudades, de Charles Dickens: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos». Los signos de nuestro tiempo son asombrosamente ambiguos y confusos. Hemos entrado en una época que está llena de promesas, pero cargada de inimaginables peligros. Tampoco estamos todos en el mismo lugar. Unos han avanzado muchísimo, otros están retrocediendo, y hay quienes no tienen ni idea de adonde van. Esto hace que resulte muy difícil resumir dónde nos encontramos como familia humana en este momento de nuestra evolución.

Una metáfora podría ayudarnos.

Somos como un transatlántico gigante que ha soltado amarras y va a la deriva. Los peligros a que está expuesto son incalculables. ¿Vamos a naufragar o a extinguirnos? Algunos pretenden regresar a la seguridad del puerto, pero eso ya no es posible. Otros están tan distraídos que no son conscientes del hecho de que van a la deriva. Y no faltan quienes desearían saltar y nadar solos hasta la orilla. Pero estamos demasiado lejos de ella, y ya no hay posibilidad alguna de ir cada uno por separado.

Todos estamos juntos en este barco. Por otro lado, es cada vez mayor el número de pasajeros que ven este ir a la deriva como una oportunidad sin precedentes para alejarse de la esclavitud y el sufrimiento del pasado y avanzar en busca de la tierra prometida de la libertad y la felicidad. Cada día se abren nuevas posibilidades en el horizonte. El hambre de una nueva espiritualidad es un signo de esperanza. El deseo de justicia, paz y cooperación es alentador. Las nuevas voces desde abajo y la globalización de la compasión hacia quienes están necesitados son prometedoras. Se reconocen los peligros del individualismo. Y la nueva ciencia nos proporciona un mapa del lugar donde estamos, de dónde venimos y adonde podríamos ir. Los peligros y las amenazas siguen estando presentes. El barco tiene ya una vía de agua, y mientras algunos están tratando de reparar la brecha, otros, en su ceguera egoísta, están produciendo nuevas brechas y hacen caso omiso de los icebergs que tenemos delante de nosotros. No hay ninguna tempestad. La naturaleza no es hostil. La tormenta ha estallado a bordo entre los mismos pasajeros, porque cada uno quiere cumplir ciegamente su propio programa.

Pero ¿quién lleva el timón de este barco? ¿Quién tiene el control: las fuerzas del mercado, los ejércitos, el gran imperio norteamericano, la pura casualidad o Dios?

En este contexto, en este momento de la evolución de nuestro universo, somos invitados a considerar de nuevo y a tomar en serio la sabiduría espiritual de Jesús de Nazaret