Amaneció lloviendo sobre Galilea. Las nubes negras
avanzaban desde el Líbano y cubrían la llanura de
Esdrelón.
Como flechas de fuego, los rayos cruzaban el cielo y
estallaban en las copas de las palmeras. Eran las
tormentas del verano. Encerrados en nuestras casas y
tapando las goteras del techo, esperábamos el final de
aquel interminable diluvio. Toda la mañana estuvo
lloviendo. La tierra, empapada, no podía tragar más
agua. Pero las nubes reventaban cada vez con más furia.
Hombre - ¡Maldita
sea, es granizo, es granizo!
Era mediodía cuando
escampó. Los cormoranes salieron de sus escondites v volvieron a
revolotear sobre el lago que ahora tenía el color de la ceniza. Los
pescadores fuimos de prisa a sacudir las velas mojadas de nuestras
barcas y a estirar las redes que chorreaban agua. A1 salir,
escuchamos un rumor de voces chillonas en el campo. Las mujeres
corrían alocadamente, lamentándose y tirándose de los pelos. Los
hombres iban detrás, con la cabeza gacha, silenciosos.
Hombre - ¿Qué pasa? ¿Por qué lloran las mujeres? ¿Quién se ha
muerto?
Mujer - ¡El trigo! ¡Murió el trigo!
Los campesinos salían de sus casas corriendo hacia los campos donde
tenían sus sembrados. La granizada había destrozado el trigo a punto
de cosechar. Las espigas casi maduras estaban ahora partidas en el
suelo, machacadas por la violencia de la tormenta.
Mujer - ¡Murió el trigo! ¡Murió el trigo!
Viejo - ¡No habrá pan este año para los pobres!
Cafarnaum entera salió a llorar el trigo perdido como si fuera un
hijo muerto. Los artesanos, los mercaderes, los pescadores del lago
y hasta las prostitutas de la calle de los jazmines, todos fuimos a
los sembrados a lamentarnos con los campesinos. Si ellos no
cosechaban el trigo, nadie comería pan.
Hombre - ¡Maldito aguacero, ¿qué va a ser ahora de nosotros?
Mujer - ¡A pasar hambre otra vez, a tocar en la puerta de los
usureros y salir a los caminos pidiendo limosna!
Hombre - ¡Y a venderle el alma al diablo a ver si nos da cuatro
céntimos por ella!
Pedro, Santiago, Jesús y yo íbamos juntos en medio de aquel
griterío, chapoteando entre las espigas destrozadas. Poco a poco,
nos fuimos alejando de la ciudad. Los campesinos subían por la
colina de las Siete Fuentes.(1) Desde aquella altura, se podía ver
todo el campo inundado, confundido con el lago de Tiberíades.
Mujer - Ay, vecina, pero, ¿qué pecado habremos cometido nosotros
para merecer esta desgracia?
Vieja - Tienen que ser muchos pecados juntos, comadre, porque cuando
no es el granizo es la sequía y cuando no, la subida de impuestos o
un muchacho que se te enferma. ¡Vaya, que siempre perdemos nosotros!
Hombre - Miren, miren mi trabajo de todos estos meses... todo
perdido, todo arruinado... ¡Maldita sea, y ni siquiera la tierra es
mía para enterrarme de una vez en ella!
Mujer - Murió el trigo y morimos también nosotros. ¡Ay, caramba,
como Dios no meta su mano!
Hombre - ¿Dios? ¿Para qué mienta usted a Dios? No, déjelo tranquilo
por allá arriba que tendrá mucho trabajo contando estrellas. ¡Dios
no se acuerda de nosotros!
Vieja - ¡Resignación, paisano! ¿Qué otro remedio nos queda?
Hombre - Resignación, sí, pero mañana cuando mis muchachos rompan a
llorar pidiendo un pan, ¿qué les digo, que coman resignación?
Vieja - Así es la vida, mi’jo. Para nosotros los pobres no hay más
que eso: bajar la cabeza y aguantar lo que venga.
Hombre - Pues yo no aguanto más, porque llevo toda la vida
aguantando, ¿me entiende? Un año y otro, y otro más, y siempre lo
mismo. ¿Hasta cuándo quieren que aguante, hasta cuándo?
Jesús - ¡Paisanos, paisanas, miren hacia arriba! ¡Levanten la
cabeza, miren!
En aquel momento apareció en el cielo, en un derroche de colores, el
arco iris. Jesús fue el primero en verlo.
Jesús - ¡Miren el arco de Dios! ¡Es la señal de la paz después del
diluvio!
Mujer - ¡Déjate tú de historias, forastero! En el cielo habrá paz,
pero lo que es en la tierra, hay hambre. Y donde hay hambre, hay
maldición y llanto.
Jesús - No, mujer, se acabó la lluvia y se acabaron también las
lágrimas. ¿Qué resolvemos llorando y tirándonos de los pelos?
Vieja - ¿Y qué otra cosa podemos hacer, eh? Teníamos poco, ahora no
tenemos nada. ¡Sólo nos quedan los ojos para llorar!
Jesús - ¡No, abuela, nos quedan los ojos para ver al Mesías!
Hombre - ¿A quién dijiste tú? ¿Al Mesías? ¡Ja! ¿Y dónde está ese
señorito tan escondido que nunca asoma los bigotes? ¡El Mesías! ¡Que
se dé un poco de prisa en venir porque al paso que vamos nos sacarán
a recibirlo con los pies pa’lante!
Jesús - ¡Pero él llega, sí, llega pronto! ¡Miren el arco, paisanos,
Dios viene bajando por él! ¡Nuestra liberación ya se acerca!
La gente se fue juntando a nuestro alrededor. Jesús estaba a mi
lado, con los pies descalzos hundidos en el fango y la barba
chorreando las últimas gotas de lluvia... Allá arriba, atravesando
el aire lavado, el arco iris unía el cielo con la tierra.
Jesús - ¡Vecinos, escúchenme! La lluvia ha sido fuerte. Llovió de
noche y de mañana y nos parecía que el diluvio no iba a terminar
nunca. Eso mismo pensó Noé después de cuarenta días soportando el
aguacero. Pero acabó saliendo del arca. Eso mismo se creían nuestros
abuelos en Egipto, después de cuatrocientos años soportando el
látigo de los capataces. Pero pasaron el Mar Rojo y salieron libres.
Nosotros también llevamos cuatrocientos años aguantando y bajando la
cabeza. Los faraones de siempre nos han tenido machacados como estas
espigas de trigo. Nos molieron, nos trituraron, nos hicieron harina
y el pan se lo han comido ellos. Pero se acabó, paisanos. Dios ya no
espera más ¡Y nosotros tampoco!
Hombre - Oigan, pero ¿qué está diciendo este tipo? Mira, tú, ¿a ti
se te ablandó el seso con tanta agua, o qué?
Jesús - ¡Vecinos! ¡Paisanas! A pesar de esto que ha pasado, a pesar
del trigo perdido, podemos alegrarnos!
Vieja - Pero, tú estás chiflado, muchacho? ¿De qué demonios vamos a
alegrarnos si lo hemos perdido todo, si hemos quedado con una mano
delante y otra atrás?
Jesús - Tenemos a Dios, abuela, nos queda Dios. ¡Y Dios está de
nuestra parte! ¡Dios nos ha regalado su Reino a nosotros,
¿comprendes?, a nosotros los muertos de hambre, las derrotadas, los
perdedores, a nosotros!
Cada vez se apretujaba más gente para oír a Jesús. Las mujeres
dejaron de llorar y se exprimieron las faldas empapadas de agua y
lodo. Los hombres meneaban la cabeza desconfiados y burlones, pero
también se acercaban a escuchar.
Jesús - ¡Sí, de veras, podemos alegrarnos! ¡Felices nosotros los
pobres, porque de nosotros es el Reino de Dios!(2)
Un viejo apoyó la barbilla en su bastón con aire triste...
Viejo - Me parece que tú nos estás tomando el pelo, muchacho. Ser
pobre es una desgracia, no una felicidad. ¿Quién entra en un velorio
a felicitar al muerto?
Jesús - Pero, viejo, escúchame. Dios no te felicita por ser pobre,
sino porque vas a dejar de serlo.(3) Tú y todos nosotros. ¡Empieza
un mundo nuevo! ¡Ha llegado el Reino de Dios! Para nosotros, los que
lloramos viendo a nuestros hijos flacos y enfermos, para nosotros
que hemos inundado la tierra con nuestras lágrimas... ¡para nosotros
será la Alegría de Dios! Ahora tenemos hambre.(4) Pero cuando llegue
el día de nuestra Liberación, a nadie le faltará el trigo ni el
vino. Pronto comeremos y beberemos en el Reino de Dios, muy
pronto... ¡para nosotros los hambrientos, la Justicia de Dios!
Mujer - Pronto, pronto... ¿Cuándo será eso? ¿Allá en el cielo? ¿En
la otra vida, cuando nos hayamos muerto de hambre en ésta?
Jesús - No, paisana, en la otra vida ya no hace falta el pan ni las
lentejas. ¡Esto es para ahora, para aquí abajo! ¡Es el Reino de Dios
que viene a la tierra!
Jesús se agachó y cogió del suelo unos terrones mojados. Los ojos le
brillaban como si tuviera en las manos un tesoro.
Jesús - ¡Esta tierra será nuestra! ¡Para los humildes es la herencia
de Dios, la tierra, el trigo y el vino!
Vieja - Tú di lo que quieras, mi’jo, pero yo tengo ochenta años, y
todavía estoy por ver que una rana críe pelos y que un pobre le gane
a un rico.
Jesús - ¡Lo veremos, vieja, con estos mismos ojos lo veremos! Ten
confianza. ¡Felices los que tengan los ojos limpios para ver llegar
el Reino de Dios a la tierra!
Algunos hombres se pusieron en cuclillas para escuchar mejor. El sol
empezaba a asomarse entre las nubes y se reflejaba en los charcos
que la tormenta había dejado sobre el suelo. A pesar del trigo
muerto, nos pareció que todo no estaba perdido.
Jesús - El Mesías viene a nivelar la tierra. Ni colinas ni
barrancos. Nadie encima, nadie abajo. Todos iguales. Todos hermanos.
Todas hermanas. Que a ninguno le sobre para que a ninguno le falte.
¡Felices los que comparten lo que tienen con sus hermanos: Dios
compartirá su Reino con ellos!
Mujer - Eso es lo que yo he dicho siempre, que si fuéramos menos
tacaños todos podríamos vivir tranquilos y sin tanta zozobra,
¡caramba! Pero es el grupito ése que se ha creído que el mundo es
sólo para ellos, y así estamos como estamos, todos nosotros peleando
por cuatro espigas de trigo y ellos con el granero repleto. ¿Tú
crees que hay derecho a eso, forastero, dime?
Jesús - Por eso, nunca hay paz ni puede haberla mientras no se abran
las puertas de todos los graneros y nadie pase necesidad. Hay muchos
que hablan de paz, y se llenan la boca con lindas palabras, pero con
sus manos roban y matan. Hablan de paz, pero son hijos de la guerra.
No, a ésos no. Dios felicita a los verdaderos artesanos de la paz, a
quienes trabajan por la justicia. ¡Esos son los hijos y las hijas de
Dios!
Todos - ¡Bien, bien!
Jesús - Los ricos son ciegos. Un ciego no puede ver los colores de
este arco iris y ellos tampoco ven el sufrimiento de nosotros. No
quieren verlo. ¡Ambiciosos! Ellos sí que van a arruinarse cuando
llegue el momento. Ellos van a dar gritos pronto, los mismos gritos
que nosotros ahora damos. Ellos ahora se ríen, pero muy pronto van a
llorar, sí, a llorar y a dar alaridos cuando Dios les vacíe las
arcas, cuando el Mesías les arranque la ropa y los anillos y los
deje sin pan y sin dinero para comprarlo, igual que ellos hicieron
con sus trabajadores. ¡Sí, paisanos, las cosas van a cambiar y los
últimos serán los primeros y los primeros los últimos!
Todos - ¡Bien, así se habla!
Juan - Jesús, ten cuidado. Aquí hay mucha gente. Siempre sale un
soplón. Después dicen que estamos alborotando y...
Jesús - Que digan lo que quieran, Juan. ¡Vecinos! Cuando los grandes
nos odien, cuando nos persigan de pueblo en pueblo y nos arrastren
ante los tribunales, ¡alegrémonos también! Así pasó siempre con los
que reclamaron justicia. Así persiguieron a Elías y a todos los
profetas. Y por eso el profeta Juan está ahora en la cárcel. Pero no
importa. Dios felicita a los que hablan claro y arriesgan su vida
por defender la de los demás. Sí, amigos, hay que gritarlo al
descampado para que estas palabras las escuchen también los
campesinos de Corozaim y los artesanos de Betsaida y los pescadores
de Tiberíades y las prostitutas de Magdala. Para que esta noticia
corra como una liebre suelta por el valle y la oigan todos, desde la
fuente de Dan hasta la tierra seca de Bersheba. ¡Dios se ha puesto
de nuestra parte! ¡Dios está con nosotros, los pobres, y lucha a
nuestro lado!
Todo esto lo dijo Jesús en la colina de las Siete Fuentes, la que
mira hacia el lago, cerca de Cafarnaum.
Mateo 5,1-12; Lucas 6,20-26.
Comentarios
1. El Monte de las Bienaventuranzas o Colina de las
Siete Fuentes está situado a unos tres kilómetros de Cafarnaum. Es
de poca altura, unos 100 metros, y desde allí se contempla una vista
muy hermosa del lago de Galilea. En su cima se construyó una iglesia
de forma octogonal, en recuerdo de las ocho bienaventuranzas que
menciona el evangelio de Mateo.
2. El texto de las bienaventuranzas -uno de los más conocidos del
evangelio- condensa como ninguno lo esencial de la predicación y la
actividad de Jesús. Resume el anuncio liberador que Jesús hizo a los
pobres. Las bienaventuranzas no son una colección de normas de
conducta: “se debe” ser pobre, “se debe” ser misericordioso. Son una
buena noticia (“evangelio” quiere decir “buena noticia”) que tiene
por destinatarios a los pobres, a los que siempre pierden. Tampoco
son las bienaventuranzas una fórmula de consuelo para el más allá,
como si el Reino de Dios que Jesús anunció fuera equivalente al
“reino de los cielos” en la otra vida. Si Jesús llamó dichosos a los
pobres, si les dijo que se alegraran, fue porque iban a dejar de
serlo, porque para ellos llegaba la justicia aquí en la tierra.
3. Aunque el evangelio de Mateo recoge ocho bienaventuranzas -Lucas
sólo cuatro con sus correspondientes “malaventuranzas” contra los
ricos-, en ambos textos Jesús habló de una sola realidad: los
pobres. “Felices los pobres”: en ésta bienaventuranza se resumen
todas. Jesús llamó feliz al pobre anunciando que Dios se ponía de su
parte e iba a dejar de serlo. No lo llamó feliz por portarse bien,
sino porque era pobre. Dijo que Dios no prefiere al pobre porque sea
bueno, sino porque es pobre.
Se ha especulado mucho sobre quiénes son los pobres a los que se
refirió Jesús en las bienaventuranzas. El texto de Lucas habla de
“pobres” y el de Mateo de “pobres de espíritu”. La tradición de
Lucas es la más primitiva. Los pobres a los que se dirigió Jesús son
los que realmente no tienen nada, los que tienen hambre. El
“espíritu” que más tarde añadió Mateo recoge las fórmulas empleadas
por los profetas del Antiguo Testamento, que hablaron del “espíritu
humilde” de los “anawim” (pobres). La palabra “anawim” es sinónimo
de desgraciados, indefensos, desesperanzados, hombres y mujeres que
saben que están en manos de Dios porque son rechazados por los
poderosos.
Lucas acentúa el aspecto de opresión exterior. Mateo, el aspecto de
la necesidad interior que padecen los que sufren esa opresión
exterior. Mateo y Lucas escribieron para públicos distintos. Las
comunidades para las que escribió Lucas estaban compuestas
mayoritariamente por hombres y mujeres oprimidos dentro de la
poderosa estructura del imperio romano: esclavos, habitantes de
ciudades en las que existían enormes diferencias sociales, gente
explotada por duras condiciones de vida. Mateo escribió a
comunidades judías que tenían aún la tentación del fariseísmo:
considerar buenos sólo a los decentes, a los que cumplen las leyes.
Los “pobres de espíritu” de Mateo son el equivalente de los
inmorales, los pecadores, los de mala fama. A pesar de esta
diferencia de matiz, ambos evangelistas quisieron dejar bien claro
el sentido profético de las palabras de Jesús: Dios regala su Reino
a los pobres del mundo. El mensaje de Jesús en las bienaventuranzas
resultó revolucionario en la historia de las religiones. Además de
expresar que la norma moral como criterio de la benevolencia de Dios
no contaba para nada, anunció de qué lado estaba Dios en el
conflicto histórico: del lado de los de abajo.
En la Biblia, la pobreza, como situación de opresión, es un
escándalo que va contra la vida y por tanto, contra la voluntad de
Dios. Esa pobreza debe ser rechazada, combatida, eliminada. No es
una fatalidad, es la consecuencia del abuso de unos seres humanos
sobre otros. Las antiguas leyes mosaicas no se contentaron con la
denuncia de la pobreza injusta. Eran leyes sociales que trataban
precisamente de evitar la pobreza y de defender al pobre. Todo
intento de combatir la pobreza, de suprimirla es, en la teología
bíblica y en el mensaje de Jesús, un paso que hace avanzar el Reino
de Dios aunque los que así actúen no crean ni en Dios ni en Jesús.
4. Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no dijo: “Dichosos
ustedes, los pobres”, sino: “Dichosos nosotros, los pobres”.
“Nosotros los que lloramos, nosotros los que tenemos hambre”. Jesús
fue pobre, tan pobre como sus vecinos de Cafarnaum a los que anunció
las bienaventuranzas. Jesús no fue una especie de maestro religioso
que se “hizo pobre”, que se disfrazó de pobre, para que los pobres
lo entendieran mejor, como un signo de la condescendencia divina con
los miserables. Esta idea falsea la esencia misma del mensaje
cristiano, que afirma que Dios quiso revelarse de forma definitiva
en un campesino pobre de Nazaret y que sigue revelándose en la vida
y en las luchas de los pobres.