Jesús -
Sí, aquel hombre tenía un corazón del tamaño de este
lago. Se llamaba Efraín y había tenido seis hijos. Las
cuatro primeras fueron muchachas y los otros dos,
varones. Su mujer se le murió cuando nació el último.
Efraín se quedó viudo y tuvo que trabajar muy duro para
sacar adelante a sus seis muchachos. Tenía una parcelita
de tierra a la derecha de la colina de Nazaret. Allí
sudaba desde la mañana hasta la noche, arando y
sembrando. Trabajaba como un mulo viejo para que sus
hijos tuvieran todos los días garbanzos y pan… Pasaron
los años, las hijas se fueron casando y Efraín se quedó
con sus dos hijos varones, con Rubén, el mayor, y con
Nico, el más pequeño de todos.
Vecino - ¡A los buenos días,
Efraín! ¿Cómo va esa vida, vecino?
Efraín - Pues ya usted ve, vecino.
¡Aquí como siempre, sudando la gota gorda!
Vecino - Pero los muchachos ya le
ayudarán, ¿no es eso?
Efraín - Claro que sí. El mayor
está ahora metiendo el arado por aquella vereda. Ya
casi estamos en tiempo de siembra, vecino.
Vecino - Ah, ese hijo tuyo Rubén es
un gran muchacho, sí señor. Con ése sí que se puede
contar. Pero lo que es el otro... ¡Vaya mala pieza
que te ha salido!
Efraín - Bueno, el pobre Nico...
Vecino - No lo defiendas, Efraín,
no lo defiendas, que aquí todos sabemos de qué pata
cojea ese otro hijo tuyo. Ese no piensa más que en
ir detrás de las faldas. Un vago y un sinvergüenza,
eso es lo que es. Le debías hablar claro un día,
Efraín. Endereza ese árbol a tiempo. Te está
creciendo muy torcido.
Efraín - Ese muchacho se crió sin
madre, vecino. Yo he tenido que hacerle de padre y
de madre, ¿comprende? Lo conozco bien. No es un
sinvergüenza, no. Lo que pasa es que anda un poco
desorientado.
Jesús -
Aquella noche, Nico, el hijo pequeño de Efraín, tardó
mucho en llegar a casa.
Efraín - ¿Y dónde estará
metido? Es extraño, tu hermano llega siempre para
comer.
Rubén - Sí, claro, para eso sí sabe
llegar a tiempo. Tiene la cara más dura... No dobla
el lomo para trabajar y viene aquí a comer de balde.
Ea, papá, ya acabé. Me voy a dormir.
Efraín - Yo no puedo dormir si él
no ha vuelto, hijo. Me quedaré a esperarlo.
Jesús -
Nico llegó pasada la medianoche. Y su padre, el viejo
Efraín, lo estaba esperando.
Nico - ¡Viva la vida, viva el amor!
¡Hip! Eh, papá, ¿pero estás despierto todavía? ¡Hip!
Efraín - Hijo, ¿por qué has llegado
tan tarde? Estaba preocupado.
Nico - Ah, viejo... ¡La vida hay
que vivirla! ¡Hip! Mira, andaba con unos amigos...
Tenemos planes, ¿sabes? Nos vamos a ir de este
poblacho. Esto es muy aburrido, papá, muy aburrido,
aburridísimo... Yo no aguanto más.
Efraín - Pero, muchacho, ¿qué estás
diciendo?
Nico - Que me voy. Que mañana mismo
me largo. Yo no me quedo aquí sembrado como un
árbol. Yo quiero conocer el mundo.
Efraín - Nico, hijo, has tomado
mucho vino. No sabes lo que estás diciendo.
Nico - Oye, papá, tú tienes ahí
guardado un dinerito de la cosecha anterior. Dame la
parte que me toca. Me voy a gozar la vida... ¡Viva
la vida, viva el amor!
Jesús - A
la mañana siguiente, el viejo Efraín sacó de un agujero
del patio las monedas que había ido ahorrando desde la
última cosecha y separó las que le tocaban por derecho a
su hijo, que ya tenía edad para reclamarlas. Las
envolvió en un pañuelo y se las dio. Hasta el último
momento, confiaba en que Nico no se iría.
Efraín - Bueno, hijo, si eso es lo
que tú has decidido...
Nico - Vamos, viejo, no te me
pongas sentimental. El dinero no es para tenerlo
escondido sino para gozar con él.
Efraín - ¿Y a dónde vas a ir?
Nico - ¡A donde sea! ¡A donde haya
ambiente!
Efraín - Hijo, mándame alguna
noticia tuya con los comerciantes que vienen por
aquí.
Nico - Pero si nadie viene por
aquí, papá, si éste es un pueblo muerto. Ya yo estoy
hasta las narices de esto y de ti y de todos. ¡Me
voy, viejo, adiós!
Jesús -
Efraín vio alejarse a su hijo por el camino sin que
volviera ni una sola vez la cabeza. Lo siguió con los
ojos llenos de lágrimas hasta que se perdió en el
horizonte, entre los olivos del camino.
Rubén - ¡Maldita sea, papá! ¡Le has
dado a ese haragán un dinero que él no trabajó!
Efraín - Tu hermano es libre, hijo.
Si él se quería ir... Yo no lo voy a tener aquí
amarrado como un buey. El no es mi esclavo. Es mi
hijo.
Jesús - En
el puerto de Jafa, Nico empezó a gastar el dinero que su
padre le había dado. Así pasaron los meses. Cuando no
eran mujeres, eran borracheras y, cuando no, apuestas a
los dados. Todo el dinero que Efraín había ahorrado
trabajando como un mulo viejo, lo despilfarró su hijo en
muy poco tiempo. Mientras tanto, en Nazaret, su padre no
dejaba de pensar en él.
Vecino - ¿Y qué, Efraín? ¿Como cada
día?
Efraín - Sí, vecino, aquí andamos,
esperando... A esta hora pasan las caravanas del
sur. Si mi hijo viniera en una de ellas.
Vecino - Ése no vuelve, Efraín. Le
soltaste un buen puñado de dinero.
Efraín - No sé nada de él. Es como
si se hubiera muerto.
Vecino - Eso mismo. Dalo por muerto
y no sufras más. Olvídate de ese muchacho. Te quedan
otros cinco y son buenos. Olvídate de ese
tarambana.
Jesús -
Pero, ¿puede una madre o un padre olvidarse del niño que
ha criado? ¿Puede dejar de preocuparse del que nació de
sus entrañas? Efraín no olvidaba a su hijo, aunque su
hijo sí se había olvidado de él.
Nico - ¡Oye tú, panzudo, echa otra
jarra para acá, que tengo el gaznate que ya me está
haciendo cosquillitas! ¡Hip! Y acá la prójima
también quiere seguir empinando el codo, ¿verdad que
sí, preciosa? ¡Ja, ja, ja!
Jesús -
Pasó otro mes y otro y otro. A Nico se le fue acabando
el dinero que había llevado de Nazaret. Un día, apostó a
los dados las últimas monedas que le quedaban y lo
perdió todo.
Nico - ¡Maldita sea mi suerte! ¿Y
qué diablos voy a hacer yo ahora, eh?
Jesús -
Entonces buscó trabajo, pero no lo encontró. En Jafa las
cosas no andaban bien. La cosecha había sido mala por la
sequía de aquel año. Había poco dinero y mucha hambre…
Al fin, después de muchos días, un hombre lo contrató
para cuidar puercos a cambio de un jornal miserable.
Nico - ¡Asco de vida! De buena gana
me comería las algarrobas que les dan a los puercos.
Pero si el dueño me ve, me muele a palos. ¡Por los
cuernos de Belcebú, nunca había tenido las tripas
tan vacías!
Jesús - Y
así pasaron varías semanas. Nico se moría de hambre
mientras los puercos engordaban. Estaba sucio, olía peor
que los cerdos y no hacía otra cosa que lamentarse.
Nico - Yo aquí, hecho un
zarrapastroso, y ahora mismo en casa estarán
comiéndose un buen plato de garbanzos. Allá son
pobres, pero no les falta la comida. Tendría que
volver. Yo no aguanto más esto. Le diré al viejo:
mira, papá, lo siento, me equivoqué, las cosas me
han ido mal. Dime lo que quieras, grítame, haz lo
que quieras, pero... ayúdame. Seguro que el viejo se
ablandará y me dará algún dinerito. Sí, tengo que
volver...
Jesús - Y
se decidió a volver...
Efraín - Hoy hace cuarenta lunas
que se fue tu hermano.
Rubén - Mira, di mejor tu hijo. Ése
no es mi hermano. Por mí, como si hiciera
cuatrocientas lunas.
Efraín - Si supiera dónde estaba,
lo iba a buscar.
Rubén - Gastarías diez sandalias y
no darías con él. Ese hijo tuyo se murió. Olvídate
de él, papá, olvídate de una vez.
Jesús -
Aquella mañana, como todas las otras desde hacía
cuarenta lunas, Efraín salió al camino, a la hora en que
vienen las caravanas del sur, esperando noticias de su
hijo. Y cuando el sol asomó por el horizonte, iluminando
la ruta, el pobre padre vio algo que se movía a lo
lejos. Alguien se acercaba. El corazón le avisó que
aquel era su hijo, y el viejo Efraín, como si fuera un
chiquillo, echó a correr para recibirlo.
Efraín - ¡Hijo, hijo!
Jesús -
Cuando llegó a donde estaba, lo abrazó y lo besó.
Efraín - ¡Hijo, hijo, has vuelto!
Nico - Papá, mira, yo... te voy a
explicar…
Efraín - No me tienes que explicar
nada. ¡Has vuelto y eso es lo único que importa!
¡Ven, vamos! Vecino, ayúdeme, tráigame la mejor ropa
que haya en el arcón y búsqueme por ahí el anillo de
bodas de su madre para ponérselo también, y
sandalias nuevas. Viene todo hecho un harapo. Tú,
muchacho, ve a matar el becerro que está engordando.
Y ásalo pronto. Tiene hambre. Viene muy flaco, tiene
que comer bien. ¡No estaba muerto! ¡Está vivo!
¡Estaba perdido y lo he encontrado!
Jesús - Al
poco rato, todo Nazaret estaba en casa de Efraín. El
viejo había corrido por el pueblo avisándoles que Nico,
su hijo, había vuelto, que estaba otra vez allí.
Vecina -
¿Y por dónde has estado,
sinvergüenza? Aquí creíamos que te habías ido fuera
del país.
Comadre - ¿Cuántas novias te habrás
echado por ahí? ¡Pero, mira a tu padre qué feliz
está hoy, míralo Serapia, si está bailando con doña
Susana!
Nico - La verdad es que nunca había
visto a papá tan contento.
Muchacha - Te ha esperado todos los
días que estuviste fuera. Decía siempre que
volverías.
Vecina - ¡Y has vuelto, muchacho,
has vuelto! ¡Vamos, vamos a bailar tú y yo!